Alrededor el aire se llena de silencio y vacío, impregnando el ambiente, concentrando su enorme peso sobre cada partícula allí presente, si es que hay alguna. Digamos entonces, sobre cada presunta presente partícula.
De madera, de madera de tronco de pino de árbol... tablón sobre tablón, aparecen los cristales, desmejorados por el tiempo, sin dejar ver el interior, tan sólo intuirlo a través de unas sencillas cortinas blancas. Sencillas. Lisas. Lo sencillo es agradable.
Dentro no hay nadie.